La Douceur de Siam

   Cada vez que hablo sobre Parfums Dusita lo hago con orgullo y satisfacción. Porque es realmente un placer hablar sobre perfumes que saben salirse de las líneas del ordinario y marcar su propio camino. Y aunque Le Sillage Blanc es para mi lo mejor de ésta casa (seguido muy de cerca de Melodie de L`Amour), fue La Douceur de Siam la que me inspiró escribir el siguiente relato.

Con un corazón exótico y misterioso que sirve de puente entre una salida especiada con el toque dulce de una rosa jugosa y casi afrutada y una base amaderada, cremosa y balsámica, La Douceur de Siam es simplemente inolvidable (rosa de mayo, frangipani, champaca, clavos de olor, ylang-ylang, hojas de violeta, sándalo, vainilla y ámbar).

Foto: Lianne Tio Parfums


      La Douceur de Siam

   Se levantó despacio de la fria cama de piedra y se quitó la vestimenta blanca dejando al descubierto una reluciente piel morena. Los monjes habían venido a buscarla, ya era hora. Le abrieron la gran puerta de madera en un silencio sepulcral y se adelantaron despacio en el pasillo estrecho y oscuro. Les siguió obediente. Cuanto más se acercaban a la gran capela más notaba en su propia carne el ritmo de los cantos eclestiaticos de los monjes seguidos por marea de murmullos de las virgenes.
Empezó a temblar. No era un temblor causado por el miedo. No tenía miedo, sabía lo que iba a pasar y estaba preparada para aquello. Ella lo había decidido así. Era la emoción la que le hacia vibrar cada fibra de su cuerpo.
El pelo negro de abano le cubria la espalda y las nalgas, sus grandes ojos verdes estaban midiedo la grantidud de la cúpula. El humo de los inciensos calmaba su exaltación y el olor de las especias le acercaba cada vez más al momento de ver su sueño hecho realidad. Todos los monjes se habían dispuesto alrederor de la estacia y cantaban despacio, casi susurrando, cubiertos enteramente por sus capas azules que no dejaban entrever sus caras. En medio estaba colocada una bañera de plata llena con agua sagrada cubierta de flores de azahar y petalos de rosa. Entró despacio hasta que el agua tibia le cubrió la desnudez y le invadió la piel con su perfume. Las virgenes entraron por una puerta trasera y empezaron a lavarle el cuerpo con sus propios pelos, mojados previamente en los aceites esenciales más caros del mundo. Al terminar, la ayudaron a levantarse.
Salío despacio y descansó sus pies sobre una alfombra de flores exóticas. Las gotas de agua recorrían su piel despacio como queriendo retrasar el abandono de aquel paraíso perdido. Otras virgenes entraron en la estancia para secarla y cubrirla con una capa roja tejida a mano por las monjas ciegas de Siam. No se le veían los ojos, pero dos gotas cayeron perdidas al suelo, sin consuelo. La eternidad se acerca. Los monjes hicieron una circulo a su alrededor y empezaron a invocar el fuego... Ignis! Ignis! Ignis! cada vez más fuerte, más alto... Ignis! Ignis!
Pararon de repente y en el mismo segundo la capa roja cayó sin vida al suelo. La recogieron con cuidado y ahí debajo estaba su esencia, atrapada para siempre en un maravilloso frasco con tapón de oro. Lo guardaron en una preciosa caja de madera hecha a mano por ella misma. La eternidad tenía su nombre, La Douceur de Siam.
Foto: Jaroslav blogger.

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