Contrapartida
Lanzarse de bruces en probar un perfume sin red a su interior conlleva un coste. A veces demasiado alto. Especialmente en aquellos casos cuando sumergirse en una composición que resulta insípida - tras esperar, según lo vendido, una fragancia que desnuda, seduce y descoloca - es era sinónimo de caída brutal. Lo era; cada vez cuesta menos recuperarse de la decepcionante expectativa, de entender que el aplauso “gremial” esconde su propio interés y que el negocio prima al arte. Aún así, no deja de sorprender, porque todo amante del perfume que se respeta exige su quid pro quo perfumista. Estamos hartos de perfumes de barreño, de composiciones perezosas y repetitivas, de perfumistas que, para alcanzar el éxito, tiran sus mods a manos de quiénes pagan más. Esperamos encontrar perfumes que nos reten, nos remuevan, que amplíen la mirada y alarguen la comisura de los labios.
De ahí la importancia de probar, a pesar de la saturación del mercado, las redes, de los actores de segunda y sus dramas.
Aún así, pese al periodo de gracia que toda fragancia se merece, mi paciencia no es gratis y mi piel muchísimo menos. Si al probar una fragancia me quiero plantar pasados los primeros minutos, cuando la composición empieza a deshacerse por falta de detalles, es signo que llevarla puesta se transformaría en una situación tan desesperante que ni siquiera el agua y el jabón podrían borrar. Si deseo renunciar más adentro, cuando lo sorprendente da un giro a lo monótono, entonces, a pesar de la prolijidad de su composición, algo falla.
Entonces, ¿por qué seguir torturándome?
(Involuntariamente), porque la fauna de mi piel no está preparada para adaptarse al circo que llega sin haberse anunciado previamente en el papel.
(Intencionalmente), porque se siguen haciendo buenos perfumes, solo hay que encontrarlos, probando.
(Revolución), porque no he perdido la esperanza en la buena perfumería.
Por la perfumería honesta.



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